Sobre las consecuencias y su recurrencia

Actualmente un conocido se está enfrentando a consecuencias de actos que le perseguirán y atormentarán hasta sus últimos días. No son pocas las personas que están o estarán en situaciones similares, y entre las que me incluyo.

Hay errores que cruzan líneas invisibles, y el daño de cruzar esas líneas no siempre se repara con tiempo o justicia. Lo que condena no es un juez, sino una memoria social, la de los otros, y también la propia. La repetición de las consecuencias no viene de una “justicia eterna”, sino del estigma.

Es terriblemente cruel el modo en que la sociedad, incluso en nombre de la moral o la prudencia, ejerce esa vigilancia eterna; el modo en el que el pasado se convierte en presente renovado.

Y luego está la consecuencia más silenciosa pero más corrosiva: la interiorización. Cuando ya no puedes dejar de recordártelo. Cuando el espejo se agrieta entre quien fuiste, quien eres, y quien intentas ser, pero se mantiene dolorosamente estático, sin llegar siquiera a fragmentarse.

Después de tanto tiempo cargando con el juicio propio y ajeno, unos empiezan a confundirse con la condena. Ya no sabemos si lo que hicimos estuvo mal o si somos mal. La línea entre el acto y el ser se difumina. No sabemos cuándo comienza ni termina el castigo, no sabes si se castigan tus actos o tu mera existencia. A veces no sabes ni cómo ni quién lo está haciendo, y probablemente cargamos con culpas de actos que ya no importan a nadie, pero aún así surge esa pregunta: “si dependiera de mí, ¿merezco perdón?”, y la garganta se cierra.

Responsabilidad

Tal y como lo veo, hacerse responsable es decidir cada día qué haces con tus fantasmas. No es solo entender y pedir perdón, que aunque fundamental, no suele ser suficiente.

Asumimos que uno puede dar un paso en falso y morir despeñado, atropellado, ahogado… pero nos cuesta asumir una muerte (o asesinato) social. En lo social abundan los pasos en falso, por usar las palabras incorrectas, por hablar en caliente, por no saber agradecer, por arrimarnos a quien no debemos, por un impulso, autoestima, soledad, amistad, miedo, amor, orgullo…

Comprender quién eras o qué motivaciones tenías no cambia nada. Deseamos poder creernos esa milonga de que ya no tenemos nada que ver con quienes éramos, que somos otra persona. Eso sería peor, nos estaríamos comiendo las consecuencias de los actos de otro.

La responsabilidad solo consuela tanto como nos creamos que no cometeremos los mismos errores, así no tengamos forma o ganas de volver a ponernos a prueba y solo nos queden las consecuencias. Aunque tampoco tiene que ver con el consuelo…

Los caminos de martirio y penitencia llegan a ser una forma más de construir una narrativa de nuestra vida. Nada saludables, en mi opinión. Esto no tiene nada que ver con expiación ni con ser víctima de nada.

Lo más peligroso de estas situaciones es la visión que nos brinda de los demás. En el martirio, y en especial en la soledad, tendemos a extremar la tolerancia y ver lo mejor de todos. La inversa también se cumple. Es más fácil odiar y expulsar a otros cuando creemos que gozamos de la compañía incondicional de nuestros actuales cercanos. Ante la pérdida y la salida de nuestra narrativa tendemos a pivotar entre esos extremos.

Seguridad psicológica

La semana pasada impartí un curso de cuatro días en Valladolid enfocado a seguridad en el desarrollo, donde una buena parte, por necesidad, la enfoqué a cultura de la seguridad y seguridad psicológica. Creo que nunca había pasado tantos días sin dormir.

No estaba nervioso, no era un grupo numeroso, al contrario, el más pequeño que he tenido en un curso de esa duración: solo once personas, y maravillosas personas he de añadir. El centro de Valladolid tampoco sería un problema para dormir, salvo una noche en la que un borracho cantaba a pleno pulmón el cara al sol (parece que el apodo de “Fachadolid” era más literal de lo que creía).

Estando solo en la distancia la compañía de los fantasmas es más notable; la ansiedad y la incertidumbre se disparan. No pude centrarme, nunca me había costado tanto hablar y encontrar palabras. El sueño influye, pero el agotamiento no venía solo de no dormir. Es difícil, doloroso, incluso fraudulento, hablar de cultura punitiva cuando sabes que la teoría todo el mundo la comprende, pero en la práctica no soltamos el dedo del gatillo.